domingo, 19 de septiembre de 2010

España, Cuba y la esclavitud

España, Cuba y la esclavitud
POR ALBERTO SOTILLO
Las autoridades españolas siempre han tenido una rara afición a la esclavitud en Cuba. Incluso han llegado a creer que serviría para impedir que la isla se desgajase de la familia. Cuando el empeño abolicionista británico y la revolución francesa de 1848 animaron al Gobierno a plantear una paulatina eliminación de la esclavitud, los hacendados cubanos amenazaron con anexar la isla a EE.UU. Desde entonces se ha eternizado una muy poco santa alianza entre la oligarquía cubana y la burguesía liberal española, a la que le repugna la esclavitud, pero cree que su mantenimiento es el precio a pagar por la preservación de nuestros intereses e influencia.
En teoría, la ley de abolición fue aprobada en 1880. Pero sólo en teoría. En la práctica, a día de hoy, en pleno siglo XXI, los nuevos hacendados de la isla, con todas sus ínfulas revolucionarias, viven gracias a la política colonialista española, que sigue convencida de que la preservación de nuestros intereses pasa por la protección de la oligarquía cubana y la explotación de la mano de obra de la isla en condiciones de premodernidad (por decirlo suavemente). Antes se justificaba por el monopolio del azúcar, hoy por el monopolio del turismo. La isla hace decenios que está en bancarrota, pero el régimen vive de las divisas que le dejan los empresarios españoles y su turismo de sol, playa y mulatas, incluidas adolescentes a precio de ganga.
España hará muy bien en oponerse a la ley Helms-Burton, que sólo quiere sustituir al empresario español por el norteamericano. Pero debería considerar que su actual política colonialista, su histórica afición al esclavismo y sus turistas en busca de gangas sexuales no son una bonita presentación para el futuro que se avecina. La alianza de la hispanidad con el interés del hacendado local nunca fue un buen negocio. Llega la hora del cambio. Y tal vez no deberíamos olvidar que una transición nunca la hace el viejo régimen en soledad. Necesita también la participación de la sociedad, incluidos esos disidentes que piden que el régimen acepte que el cambio es ineluctable y a quienes nuestra Embajada les niega hasta un pincho de tortilla en el día de la Hispanidad.

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